La Conciencia Testigo u “Observador Silencioso” es aquel
estado en la cual el Alma humana puede tomar posesión de sí misma y ser la espectadora
de todos aquellos aspectos que su ego o personalidad expresa en las acciones
cotidianas. Estos aspectos son las emociones, los pensamientos, los impulsos,
los vicios o compulsiones, las necesidades de supervivencia y las actitudes (roles)
que engloban a estos mostrándolos en la relación diaria consigo mismo y con el
mundo exterior.
Esta Conciencia es en realidad una capacidad propia de la
mente despierta que ha salido del adormilamiento propio del estilo de vida
degradante del humano actual o que es usada de manera natural por personas cuya
Inteligencia emocional supera al promedio. De cualquier manera es una habilidad
que debe desarrollarse y mantenerse durante toda la vida, ya que ella
representa el acceso directo hacia el Alma cuando se logra Ver que el ego es
solo un instrumento y no nuestra verdadera identidad, y que todo lo que expresa
el ego, en especial si se esconde detrás de las máscaras o roles, solo son
partes que deben integrarse coordinadamente para actuar en la vida con
coherencia.
El desarrollo de esta Conciencia Testigo es un logro que
puede alcanzarse mediante la práctica de la Meditación Psicológica (Ver
artículos en etiqueta “Meditación”). Uno de los ejercicios que pueden
realizarse para afianzarse en esta meditación en su fase de Observación, es el
que se plantea en el siguiente texto:
EJERCICIO PARA
DESPERTAR LA CONCIENCIA TESTIGO
Fuente: José María
Doria, de su libro "Inteligencia del Alma"
Ken Wilber señala un Ejercicio para despertar al Testigo Consciente que
se formula así:
Tengo un cuerpo pero no soy mi
cuerpo. Puedo ver y sentir, y lo que se puede ver y sentir no es el auténtico
Ser que ve. Mi cuerpo puede estar cansado y excitado, enfermo o sano, sentirse
ligero o pesado, y eso no tiene nada que ver con mi yo interior. Tengo un
cuerpo y no soy mi cuerpo.
Tengo deseos, pero no soy mis
deseos Puedo conocer mis deseos y lo que se puede conocer, no es el auténtico
Conocedor. Los deseos van y vienen, flotan en mi conciencia y no afectan a mi
yo interior. Tengo deseos, y no soy mis deseos. Tengo emociones pero no soy mis
emociones. Puedo percibir y sentir mis emociones y lo que se puede percibir y
sentir no es el auténtico Perceptor. Las emociones pasan a través de mí, pero
no afectan a mi yo interior. Tengo emociones y no soy mis emociones.
Tengo pensamientos pero no soy
mis pensamientos. Puedo conocer e intuir mis pensamientos, y lo que puede ser
conocido no es el auténtico Conocedor. Los pensamientos vienen a mí y luego me
abandonan, y no afectan a mi yo interior. Tengo pensamientos pero no soy mis
pensamientos. Soy lo que queda, un puro centro de percepción consciente.
Un testigo inmóvil de todos esos
pensamientos, emociones, sentimientos y deseos.
Las escuelas de crecimiento interior afirman que si una persona, cada
mañana al despertar y a lo largo de 40 días, persevera en la formulación de
este texto, experimentará cambios extraordinarios en la consciencia de su
propia identidad. A los pocos días de practicar se observará capaz de mantener
un lúcido estado de sosiego en situaciones que anteriormente se vivían como
tensas y agitadas. Y conforme se vayan recitando las palabras haciendo consciente
su significado, descubrirá que sus emociones, de aversión y de fascinación, se
equilibran y se templan. Tras el período de cuarentena, la persona considerará
los extremos emocionales tan sólo como olas periféricas y superficiales de la
conciencia. Observará que ha despertado la propia identidad Testigo, un estado
desde el cual la vida se contempla de manera más ecuánime, sin perder las risas
ni las lágrimas de nuestra calidad interna.
Una vez instalado en el Testigo, sucederá que cuando brote el vaivén de
sus luces y sombras, usted será espectador de sus tendencias. Si surge una
aversión a ese sentimiento, asimismo será usted veedor del mismo. Si la
aversión le provoca a su vez aversión, también observará dicho bucle de fuerzas
internas. No hay nada que hacer, pero si surge un hacer, lo presenciará en
calma. Al entender que todo ello no es “usted”, ya no rechazará sus aflicciones
ni se complacerá en ellas.
Aquello que conoce ciertas cosas, no puede tener en su propia
naturaleza ninguna de ellas. Es decir, que si por ejemplo, nuestro ojo fuese de
color rojo, no sería capaz de percibir los objetos rojos. Asimismo el pez no es
consciente del agua, hasta que salta a la superficie y se da cuenta. Hasta que
no saltamos por encima de las mareas del pensamiento y lo observamos, no nos
percatamos de que no “somos” el pensamiento, sino el Testigo que lo observa.
Hasta que no saltemos fuera del océano de la aflicción, no nos daremos cuenta
de que no somos la aflicción, sino el Testigo de esa aflicción. El problema
está en que el que ve, se identifica con los instrumentos de la visión.
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