Dentro de nuestra postura hacemos una diferencia entre la
capacidad canalizadora y la práctica mediúmnica (llamada "de incorporación"), con base en la experiencia con
personas con las cuales hemos intercambiado experiencias.
Una de las diferencias notorias entre un canalizador y un
médium, es la dificultad de este último para intermediar de manera consciente
entre la entidad que se comunica y quienes reciben el mensaje, y por lo tanto
resulta a menudo desconocedor del mensaje o la información para la cual fue
“vehículo”. Suponemos que esto se debe a que durante el proceso mediumnico la
desconexión del médium con sus cuerpos sutiles es drástica y en algunos casos
involuntaria. Hemos conocido numerosos casos en los que el médium ha sido
“tomado” por la entidad y se ha expresado a través de este, influenciando o
dominando completamente los cuerpos emocional y mental del médium. Es apenas
obvio notar una cierta tendencia hostil en este accionar y consideramos que
quienes se abren de tal manera a ser “manipulados” por una entidad muestran que
no tienen un control ni una formación adecuada con respecto al fenómeno en sí,
y hemos visto en la experiencia que algunos son, o bien personas con alguna
hipersensibilidad psíquica (capacidad no manejada de facultades paranormales,
como clarividencia o clariaudiencia) o son “educadas” bajo la guía arbitraria
de doctrinas que desconocen las consecuencias en la salud mental y emocional de
dichas prácticas.
También reconocemos que algunas prácticas mediúmnicas se
realizan bajo la presencia de entidades desencarnadas apegadas al plano físico
y por lo tanto de carácter egoísta que buscan establecer contacto sin medir los
efectos sobre aquellos que se prestan para dicha práctica. Por otro lado, otros
practicantes inexpertos o poco orientados, caen en la creencia de ser
“poseídos” por entidades elevadas o poderosas, que en realidad son seres del
bajo astral, deseosos de mantener alguna conexión con el plano material y
generando el engaño de los incautos que mayormente tienen canales de percepción
psíquica abiertos, sin ningún tipo de autocontrol o discernimiento.
De igual manera hemos tenido la oportunidad de conocer
médiums que utilizan esta habilidad para realizar trabajos de orientación y de
servicio enfocados a la sanación emocional y mental de las personas y que
tienen la posibilidad de conectarse con entidades que asumieron un rol importante
en la vida de las personas que ayudan, o con seres que han sido “maestros” de
la humanidad, que de acuerdo a su rayo de afinidad pueden brindar ayuda
determinada a dichas personas. Este tipo de mediumnidad, que consideramos más
sana y útil, quizás esté más emparentada con la canalización cuando algunos
manifiestan que no pierden totalmente la conexión con la realidad cuando entran
en el estado alterado de conciencia, propio de los médiums.
No dejamos, sin embargo, de hacer notorio el riesgo que implica
en la estabilidad psíquica la práctica de la mediumnidad en cuanto que en dicha
práctica no se integra conscientemente la energía conceptual de una entidad al
cuerpo mental del receptor, sino que el receptor permite la influencia plena y
con poco dominio del proceso, de las energías emocionales, mentales y a veces
etéreas de la entidad con su consecuentes efectos en la dinámica energética del
receptor, es decir, una alteración de todo su cuerpo áurico, razón por lo cual
su propia energía debe aislarse o separarse en cada sesión como mecanismo de
protección, aunque la influencia sobre el campo etéreo y físico sean
inevitables. Dicha práctica, por lo tanto exige un grado mayor de preparación y
fortaleza psíquica y física, así como un trabajo interno más exigente de manera
que las entidades atraídas sean en realidad afines a la propia vibración
espiritual alcanzada, algo que es difícil de realizar disciplinadamente en el
actual estado evolutivo humano.
Con la canalización este riesgo y esta tarea se minimizan en
el sentido de que no compromete de manera directa al receptor. En esta práctica
no se trata de “prestar” nuestra vitalidad y nuestro cuerpo áurico para la toma
o influencia energética de una entidad, sino que se asemeja más a una
trasmisión, como la que toma una antena capaz de sintonizar un determinado tipo
de ondas. No hay separación o aislamiento alguno de nuestro cuerpo mental y
emocional para que se de la comunicación, sino que al contrario los empleamos
como canales de recepción de la energía de una entidad, energía que nos llega a
semejanza de una presencia invisible o un mensaje directo a la conciencia, sea
que lo llamemos o no. Es decir, la entidad no impone su presencia o no usa sus
cuerpos sutiles para influenciar los nuestros, sino que sus conceptos como
formas de energía son enviados y nos “tocan” a nivel mental para ser traducidos
al lenguaje común. Por eso casi siempre se “intenciona” a la entidad, en un
acto voluntario y en una clara relación de respeto entre entidades y
receptores.
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