Tomado del libro “A
los pies del Maestro” de Krishnamurti
La primera cualidad es el DISCERNIMIENTO. Se denomina así,
generalmente, a la facultad de distinguir entre lo real y lo ilusorio, y la
cual guía a los hombres para entrar en el Sendero. Pero también es mucho más
que esto, y debe practicarse no tan sólo en los comienzos del Sendero, sino en
cada una de sus etapas, diaria¬mente, hasta el fin.
Vosotros entráis en el Sendero porque habéis aprendido que
tan sólo en él pueden encontrar-se las cosas dignas de ser alcanzadas. Los que
no saben esto trabajan para adquirir riqueza y poder, pero esto dura a lo más
una vida tan sólo y, por lo tanto, no es real. Hay bienes mayores, reales y
perdurables, cuando los hayáis alcanzado, ya no desearéis jamás aquellos otros.
En el mundo hay dos clases de seres: los sabios y los
ignorantes. Esta sabiduría es la que nos interesa. La religión que un hombre
profese, la raza a que pertenezca, importan poco; lo realmente importante es
que los hombres conozcan el plan Divino. Porque el plan de Dios es la
evolución. Una vez que el hombre realmente lo reconoce, no puede sino
identificarse con sus designios y trabajar de acuerdo con él, porque es tan
glorioso como bello. Así, conociéndolo, permanece al lado de Dios, firme para
el bien y resistente contra el mal, trabajando para la evolución y no por
egoísmo.
Si está al lado de Dios, está unido a nosotros, y no importa
lo mínimo que se llame hindú o buddhista, cristiano o mahometano, ni que sea
indio o inglés, chino o ruso. Los que están al lado de Dios saben por qué están
aquí y cuál es su misión, y procuran cumplirla; los demás no saben todavía lo
que han de hacer, y así obran a menudo erróneamente e intentan trazarse vías
que imaginan placenteras sin comprender que todos somos uno y que, por lo
tanto, tan sólo lo que el Uno quiere puede ser verdaderamente agradable para
todos. Ellos van en pos de lo irreal, en vez de lo real. Hasta que aprendan a
distinguir entre los dos, no se colocarán al lado de Dios, y, para aprenderlo,
discernimiento es el primer paso.
Pero, aun después de efectuada la elección, debéis recordar
que hay muchas variedades de lo real y lo irreal, y por lo tanto debemos
discernir también entre lo justo y lo injusto, lo esencial y lo accesorio, lo
útil y lo inútil, lo verdadero y lo falso, lo egoísta y lo altruista.
Aquellos que, deseosos de seguir al Maestro, han resuelto
servir a lo justo a toda costa, no hallan dificultad en la elección entre lo
justo y lo injusto. Pero el cuerpo es distinto del hombre, y la voluntad del
hombre no siempre coincide con el deseo del cuerpo. Cuando vuestro cuerpo
desee algo, deteneos a pensar si vosotros realmente lo deseáis. Porque vosotros
sois Dios, y queréis únicamente lo que Dios quiere; así, debéis buscar
profundamente en vosotros mismos para hallar el Dios interno y escuchar Su voz,
que es vuestra voz. No confundáis con vosotros mismos ni vuestro cuerpo
físico, ni vuestro cuerpo astral, ni vuestro cuerpo mental, porque cada uno de
ellos pretenderá ser el Yo, a fin de obtener lo que desea. Debéis conocerlos
todos y reconoceros por su dueño.
Cuando se ha de hacer un trabajo, el cuerpo físico quiere
descansar, pasear, comer y beber; y el ignorante se dice a sí mismo: "Yo
quiero hacer estas cosas y debo hacerlas." Pero el sabio dice: "Lo
que en mí desea no soy yo, y puede esperar." A menudo, cuando se presenta
alguna oportunidad para ayudar a alguien, el cuerpo incita a pensar: "¡Qué
molestia me causa esto! Dejemos que otro lo haga." Pero el hombre le
replica a su cuerpo: "Tú no me estorbarás para practicar el bien."
El cuerpo es nuestro animal, el caballo en que cabalgamos.
Por lo tanto, debéis tratarlo y cuidarlo bien; no debéis fatigarlo; debéis
alimentarlo tan sólo con comidas y bebidas puras, y llevarlo escrupulosamente
limpio de la más leve mancha. Porque sin un cuerpo perfectamente limpio y sano
no podríais llevar a cabo el arduo trabajo de preparación, ni podríais
soportar el esfuerzo incesante. Pero vosotros debéis gobernar constantemente
al cuerpo, nunca el cuerpo a vosotros.
El cuerpo astral tiene sus deseos a docenas; él os inclina a
la cólera, a la injuria, a la envidia, a la avaricia, a codiciar los bienes
ajenos, a sumiros en la depresión. El cuerpo astral quiere todas estas cosas y
muchas más, no porque desee perjudicaros, sino porque le gustan las vibraciones
intensas, así como el cambio constante de ellas. Mas vosotros no necesitáis
estas cosas, y por esto debéis saber distinguir entre vuestros deseos y los de
vuestro cuerpo.
Nuestro cuerpo mental desea pensar orgullosamente que es
algo separado de lo demás; pensar dándose mucho valor a sí mismo y poco a los
otros. Aun cuando lo hayáis apartado de las cosas mundanas, persiste en
especular sobre sí mismo, en incitaros a pensar en vuestros propios progresos,
en vez de pensar en la labor de los Maestros y en ayudar a los demás. Cuando
meditéis, tratará de haceros pensar en las diferentes cosas que él desea, en
vez de pensar en lo que vosotros queréis. Vosotros no sois esta mente, sino que
ella está a vuestro servicio, y así también en este caso es necesario el discernimiento.
Debéis vigilar constantemente, so pena de fracaso.
El Ocultismo no tiene compromiso entre lo justo y lo
injusto. Debéis hacer a toda costa lo justo; debéis dejar de hacer lo injusto,
sin importaros lo que el ignorante piense o diga. Debéis estudiar profundamente
las leyes ocultas de la Naturaleza, y cuando las conozcáis, ordenad vuestra
vida de acuerdo con ella, empleando siempre la razón y el sentido común.
Debéis saber distinguir lo importante de lo secundario.
Firmes como una roca cuando de lo justo y de lo injusto se trate, dad siempre
la razón a los demás en cosas de poca importancia. Porque debéis ser siempre
amables y cariñosos, razonables y condescendientes; habéis de conceder siempre
a los demás la misma libertad que necesitáis para vosotros mismos.
Tratad de ver lo que es más meritorio que hagáis, y recordad
que no debéis juzgar las cosas por su aparente grandeza. Es mucho más
meritorio hacer una cosa mínima pero útil a la labor del Maestro, que otra de
mayor apariencia de las que el mundo llama buenas.
Debéis distinguir no tan sólo entre lo útil y lo inútil,
sino entre lo más útil y lo menos útil. Alimentar a un pobre es bueno, útil y
noble; pero alimentar su alma es todavía más noble y más útil que alimentar su
cuerpo. Cualquier rico puede alimentar el cuerpo de un necesitado, pero tan
sólo los sabios pueden alimentar su alma. Si sois sabios, vuestro deber es
ayudar a otros en el logro de la sabiduría.
No obstante, por sabios que seáis, tenéis mu¬cho que
aprender en este Sendero, y por esto también en él es preciso el
discernimiento. Debéis pensar cuidadosamente lo que es mejor que aprendáis.
Todo conocimiento es útil, y llegará un día en que lo alcancéis; pero mientras
tan sólo poseáis una parte, cuidad de que ésa sea la más útil.
Dios es tanto Sabiduría como Amor, y cuanta más sabiduría
alcancéis, mejor podréis manifestar a Dios. Estudiad, pues; mas, en primer
lugar, estudiad lo que os ayude a ayudar a los otros. Estudiad pacientemente,
no porque los hombres os llamen sabios, ni aun por tener la dicha de serlo,
sino porque tan sólo el sabio puede ayudar sabiamente. Por mucho que deseéis
ayudar, si sois ignorantes, podréis hacer más mal que bien.
Debéis saber distinguir lo falso de lo verdadero; debéis
aprender a ser verídicos en todas las circunstancias, en pensamiento, en
palabra y en obra.
Primero en pensamiento; y esto no es fácil, porque en el
mundo hay muchos pensamientos falsos, muchas supersticiones tontas, y nadie que
esté esclavizado por ellas puede progresar. Así pues, no debéis sostener una
idea precisamente porque otros la sostienen, ni porque se haya creído en ella
durante siglos, ni porque esté escrita en algún libro que los hombres tengan
por sagrado. Debéis pensar acerca de aquel asunto por vosotros mismos, y juzgar
si es razonable. Recordad que la opinión de un millar de hombres acerca de
algún asunto que desconozcan no tiene ningún valor. Los que piensan hollar el
Sendero deben aprender a pensar por sí mismos, porque la superstición es uno de
los mayores males del mundo, una de las ligaduras de que totalmente debéis
desembarazaros.
En lo tocante a los demás, vuestros pensamientos deben ser
verídicos; no debéis pensar acerca de nadie lo que no sepáis. No supongáis que
los demás están siempre pensando en vosotros.
Si un hombre hace algo que parezca perjudicaros, o dice
algo que creáis que se refiere a vosotros, no penséis entonces: "Quiere
ofenderme." Probablemente ni siquiera piensa en vosotros, porque cada
alma tiene sus propias tribulaciones y pensamientos, que flotan
principalmente alrededor de ella. Si un hombre os habla colérico, no penséis:
"Me odia, trata de herirme." Quizá otra persona o alguna otra cosa
lo han contrariado, y porque tropieza eventualmente con vosotros, descarga su
cólera en vosotros. Él obra imprudentemente, porque toda clase de cólera es
prueba de insensatez; pero vosotros no os debéis formar de él un juicio
equivocado.
Cuando seáis discípulos del Maestro, podréis poner siempre a
tono la pureza de vuestros pensamientos comparándolos con los Suyos. Porque el
discípulo es uno con su Maestro, y debe procurar fundir su pensamiento con el
Suyo y ver si coinciden. Si no están a tono, su pensamiento no es recto, y debe
variarlo inmediatamente, porque los pensamientos del Maestro son perfectos,
puesto que Él lo sabe todo. Los que todavía no han sido aceptados por Él, no
pueden hacerlo del todo; pero pueden ayudarse mucho deteniéndose a pensar a
menudo: "¿Qué pensaría el Maestro en estas circunstancias?"
"¿Qué haría o qué diría el Maestro acerca de esto?" Porque no debéis
nunca hacer, decir o pensar lo que no podáis imaginar al Maestro haciéndolo,
diciéndolo o pensándolo.
Aun al relatar habéis de ser verídicos, exactos y sin
exageración.
Nunca atribuyáis intenciones a otro; tan sólo su Maestro
conoce sus pensamientos, y él puede estar obrando por razones de que no tenéis
idea. Si oís que dicen algo en contra de alguna persona, no lo repitáis;
podría no ser verdad, y aun cuando lo fuese, es caritativo callar. Pensad bien
antes de hablar, no sea que incurráis en inexactitudes.
Sed verídicos en la acción; jamás pretendáis ser otro del
que sois, porque toda pretensión sirve de impedimento a la pura luz de verdad
que debe brillar a través de vosotros como la luz del sol brilla a través de un
diáfano cristal.
Debéis distinguir entre el egoísmo y el desinterés; porque
el egoísmo se presenta bajo muchas formas, y cuando creáis que al fin lo
habéis destruido en algunos de sus aspectos, surge en otro tan fuerte como
siempre. Pero gradualmente os irá animando tan por completo el pensamiento de
ayudar a los demás, que no habrá lugar ni tiempo para pensar en vosotros
mismos.
También debéis distinguir en otro sentido. Aprended a
reconocer a Dios en todos los seres y en todas las cosas, prescindiendo del mal
que puedan presentar en la superficie. Podéis ayudar a vuestros hermanos por
medio de lo que tenéis de común con ellos, esto es, la Vida Divina. Aprended a
despertarla y a vivificarla en ellos, así los salvaréis de lo falso.
Maestro Krishnamurti
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