viernes, 14 de noviembre de 2014

¿Sabemos Orar?




La oración, como costumbre religiosa para algunos, o como un acto personal que expresa nuestra espiritualidad, sigue estando hoy en día vigente como práctica que pretende acercarnos con Dios o nuestra percepción de Lo Sagrado. Incluso en algunos círculos y grupos de redes sociales, la oración ha tomado un auge poco convencional, tomándose como instrumento o medio de “sanación” o como una especie de acción mística que busca la concentración de fuerzas vibracionales positivas para provocar cambios en personas o situaciones que afectan un entorno social determinado.
Mi intención no es poner en tela de juicio ninguna de estas utilidades de la oración, pero si exponer algunas reflexiones sobre la misma, para que cada persona tome aquello que pueda serle útil en alguno de estos propósitos expuestos.
En primer lugar, ¿cómo podríamos definir a la Oración?. Una posible definición puede ser: El acto a través del cual entablamos una comunicación directa con la Divinidad, utilizando la palabra y la intensión profunda como instrumentos de acceso a Ella. En este concepto dejamos abierta la posibilidad de que tal Divinidad, sea el concepto de Ser superior que una persona pueda tener, independientemente de sus creencias espirituales o la religión que profese. En este sentido, la Oración sería un medio más “universal” de acceso a este mundo, casi desconocido, de lo sagrado.
Pero si ahondamos más en su naturaleza y propósito, encontramos que en lo cotidiano existen diferencias en su forma de comprenderla y más aún si esta práctica, desde nuestro mundo actual, es comparada con la forma de Oración que concebían en la antigüedad. De hecho si nos vamos al pasado y nos remitimos a lo que refiere el Maestro Jesús en lo que aún se conserva en la Biblia, lo que más resuena en nuestra memoria es su famosa frase: “Pedid y se os dará. Buscad y hallaréis, Llamad y se os abrirá” y “Todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, creyendo lo recibiréis”. Y ciertamente, a nuestro parecer, estas palabras tienen una connotación mucho más profunda, que el solo hecho de adjudicar a la oración una función meramente materialista, en la cual busquemos que una ayuda milagrosa y externa a nosotros, pueda ser invocada a través de la oración, como estrategia para la obtención de nuestros deseos, sin importar en absoluto la naturaleza de estos. Es decir, que si lo que queremos es obtener algo concreto, como una mejor salud, un trabajo nuevo o una casa o incluso dinero, no consideramos tan útil, el usar la oración como medio de adquirirlos, como si se tratara de una especie de transacción espiritual con Dios; sino más bien buscar en la oración una puerta de acceso que nos permita conectarnos con aquellas fuerzas internas capaces de transformar, también, nuestra realidad exterior, pero principalmente activando estas fuerzas desde adentro.
Esta es justamente una de las causas por las que muchas personas han dejado a un lado la práctica de la oración: el distorsionar su propósito real y pretender, con resultados casi siempre frustrantes, satisfacer nuestros deseos egoístas y generalmente materialistas, sin entender que el acto de orar es una “entonación” con lo más elevado que podemos percibir en nosotros. La materialización de deseos, siempre que estos se correspondan con una finalidad superior y no con nuestra necesidad o carencia, puede ser canalizada a través de la oración; pero la función de la oración no se limita a esta “materialización” de cosas o eventos, sino especialmente a la “Autotransformación” y a la experiencia vivencial de lo Sagrado, ese encuentro necesario –muy necesario especialmente hoy día- entre nuestra Alma y su Sagrada Presencia, que es el “Dios en nosotros”.
Esto que expongo, para las mentes religiosas –más no siempre espirituales- que buscan tener una relación con un “Dios” ajeno de sí mismos, externo y hasta “humanizado” que está en un alejado trono observándonos, supuestamente decidiendo si nos concede las peticiones de una oración mal hecha, puede sonar osado o hasta blasfemo. Pero no será así para quienes hemos tenido la experiencia de conocer, cómo el poder de la Oración “íntima con Dios”, se revela en primer lugar en un cambio positivo de nuestra personalidad. Y en segundo lugar y como consecuencia de lo primero, una mejora de nuestro mundo cotidiano.
Esta es la razón por la cual la Oración está emparentada en gran medida con otra forma de conexión espiritual, más conocida en los círculos orientalistas llamada Meditación. Ambas son herramientas indispensables para el avance espiritual, aunque, por desgracia, en el caso de la oración, ha habido graves distorsiones que nos han sacado de su verdadero y oculto poder.


Un arte perdido


Para entender por qué hablamos de la oración como una especie de “herencia olvidada”, debemos remitirnos a su significado etimológico. Del griego Oratio, que significa “Discurso”, la oración tiene un significado asociado directamente con la “palabra”, pero no como pensamiento sino como Verbo. Los discursos griegos eran justamente famosos entre los más importantes filósofos de aquella civilización, por su belleza, su fuerza y su vínculo moral, aunque posteriormente se hayan desvirtuado en la oratoria de una política decadente. Una palabra pronunciada con fuerza y convicción era considerada un poder atribuido al humano capaz de sostenerla con sus actos. Y si nos vamos más atrás, donde el poder de la palabra, no era simple narrativa, sino un potente acto de realización, al igual que era considerada la palabra conjurada de los “magos” ancestrales o los “decretos” de los sacerdotes de tiempos arcanos, el origen de la verdadera Oración, toma un tinte en su significado más rico de sentido.
Sin extendernos mucho en el tema del poder intencional – energético – de la palabra pronunciada, nosotros vemos en la Oración –como tradición ancestral- un medio que permite a quien la realiza crear ese “momentus” o espacio temporal crucial, donde el pensamiento y la toma de acción se encuentran a través de la Voluntad, expresada como decisión consciente al pronunciar en voz alta aquello que nos hemos propuesto vivir; este es nuestro poder creador como principio espiritual que reside, latente casi siempre, en nuestra Alma. Es a través de una oración entonada, con certeza y fuerza, y con intencionalidad de fortalecer el Ser interior, que el cambio de realidad puede darse. ¿Significa eso entonces que la oración “en silencio”, no sea una Oración? Todo depende de la función que elijamos aplicar de ella en nuestra vida: ¿Queremos tan solo abrir la puerta de nuestro corazón a nuestro Dios íntimo? o ¿Buscamos hacer de la oración un punto de inflexión que cambie nuestro mundo exterior?...


El “rezo” no es Oración

A la luz de lo anteriormente expuesto, vale la pena aclarar que lo que muchos bien intencionados devotos realizan como una oración fija y repetitiva, bien sea porque se trate de una transmisión oral de generaciones anteriores o de enseñanzas religiosas, no siempre representa el sentido profundo de la Oración, a la cual nos referimos. Esto se debe a que el “rezo”, como acción metódica o automatizada, casi siempre se realiza sin la conciencia, y a veces también, sin la comprensión, necesaria para generar los efectos que hemos relatado. Las palabras repetidas desacralizadamente, no importa si se está en un templo o no, casi siempre se convierten en una mera costumbre o a lo sumo, una mera necesidad de calmar nuestra conciencia, cargada de culpa y temores en la mayoría de los casos, es decir, un parafraseo del dolor oculto, del miedo inconsciente a un futuro incierto, o una débil liberación, a través de frases dirigidas  a “Dios”, de aquellos fracasos que nos cuesta admitir frente a nuestros familiares, amigos o enemigos.
Sin embargo no podemos negar que existen “rezos de poder”; estos son los llamados “mantras” o sonidos capaces de activar las fuerzas, dormidas en nuestro inconsciente, de aquellos arquetipos sagrados que han acompañado nuestro “linaje” racial, vida tras vida. De hecho, ciertos rezos, como el “rosario” del catolicismo, son solo copias desfiguradas de mantras sacados del paganismo romano o de tradiciones egipcias, así como muchos de sus símbolos lo son. Pero, para evitar salirnos del tema, aclaro que los mantras, cuya función es similar a la Oración consciente, se alejan mucho actualmente de lo que es el rezo que se efectúa sistemáticamente y que termina por alejar la mente del propósito real de la Oración.


¿A cuál “Dios” oramos?


Esta es la naturaleza del “rezo” religioso de las masas y depende, en definitiva, de la conciencia del “tipo de dios” que adoramos. Es evidente que quienes rezan sin Orar, bajo estas características, solo desean que un ser “superior” pueda sentir compasión por nuestra disminuida condición de mortales y obtener el favor de su gracia, de manera similar en que el esclavo suplicante, espera el favor de un amo. Buscar fuera de nosotros a un dios que lejos de ser un amoroso Padre, resulta ser un tirano de quien necesitamos aprobación y perdón por nuestra “innata maldad”, ciertamente no puede dar como resultado otra cosa que la perpetuación de esa indigna condición humana –muy útil para quienes conociendo el origen espiritual del humano, insisten en ocultarlo para fines de dominación-. Con oraciones llenas de palabras emocionalmente oscuras solo estaríamos decretando más la presencia del miedo, del dolor y del fracaso en nuestras vidas. 
Para quienes, en cambio, han descubierto a ese otro “Dios” del amor incondicional y se saben en comunión con él por el sólo hecho de ser un Espíritu Inmortal, el rezo se transforma, no en plegaria, sino en “alabanza”. Y no me refiero a esa adulación emotiva que muchos refieren a un ser invisible que suponen está en un cielo imaginario. Sino a esa devoción de un hijo que agradece a su Padre, el regalo de la existencia, el regalo de la Vida con todos sus desafíos y también con sus cosechas. Esta Oración es un asunto más de Confianza que de ruego inseguro.  Solo así se convierte, no solo en poder de realización que invoca nuestros más elevados sentimientos, alineados a los principios de Dios, los Principios Universales, sino también, y de manera primordial, en ese constante ejercicio de Gratitud, más  por lo que Somos y podemos Hacer, que por lo que tenemos.
Quien ora a su Divina Presencia, es decir a la chispa del Dios Absoluto que lo habita, no puede acceder a él con una “oración” desvitalizada de Amor, por la invasión de miedos y odios reprimidos. “¿Tendríamos la osadía de pisar un templo con las ropas sucias y los pies lodosos?, ¿o de abrazar el Sagrario santo con nuestras manos manchadas de dolor y furia?”* Ciertamente, disponernos a acercarnos a Dios tendría que ser un verdadero ritual de respeto y dignidad, acompañado de una actitud sincera frente a nuestro esfuerzo cotidiano de mejorarnos y la plena serenidad de quien, sabiéndose imperfecto, conoce su naturaleza más pura, que es Eterna. Saberse un “hijo de Dios” es la convicción más clara que debe tener quien pronuncia a solas o en compañía, en silencio o a viva voz una Oración, pues solo con la alegría de reconocerse parte de esa Suprema Fuente, las realidades positivas se asientan, y lo que nos falta aún por Ser, se concretiza.


Acción y Or-acción: Orar para sanar


Como hemos dicho anteriormente, Orar de cierta manera nos ayuda a entrar en sintonía con lo mejor que habita en nuestra Alma. Es en esta medida que podemos ayudarnos en ese proceso de purificación o Catarsis del que hablamos en otros artículos**.
De la misma manera en que antiguamente los guerreros de las verdaderas “guerras santas” oraban para fortalecer sus almas en la lucha que se avecinaba, la Acción más crucial de la vida de un “guerrero de la luz”, que es la “guerra interior” o enfrentamiento y derrota de nuestros enemigos internos, va de la mano de una Or-acción consciente, el acto de decretar y consagrarse a su Dios para fortalecerse en dicha lucha. Ya se ha dicho lo difícil que resulta confrontarse a sí mismo, pero acá surge la oración como ayuda de este proceso, estableciendo ese nexo, a través de la palabra espiritualizada, con nuestras Esferas de Conciencia. La oración nos recuerda Quienes Somos, en ese camino, a veces, doloroso, de reconstruirnos a nosotros mismos.
Este es el verdadero sentido de la frase “Orar y Trabajar”, o “Convertir el trabajo en Oración”. Cada acción tomada con finalidades claras hacia un progreso constante del Alma, son también oraciones cuando acompañamos el día a día, el comienzo y el final de cada uno de nuestros días con la esa “Palabra” cargada de intensión positiva que nos alienta a superarnos a cada paso. El estar “presentes” en cada acto, significa que podemos percibir la “Presencia” de aquello que Somos en Esencia y lo que Somos también más allá de nuestras limitaciones, en unión con Todo lo que nos rodea.
Y si tal acción y toda “petición” intencionada en estos términos, se hace con otros, la energía derivada se fortalece al punto de que al ser focalizada en alguien produce las “milagrosas” sanaciones que muchos testigos afirman haber vivido. Pero más allá de todo lo que la Oración tenga para darnos, lo importante es que sea sacada de ese triste y fracturado lastre de las emociones densas que a veces nos dominan, y seamos capaces con el tiempo y su práctica, de ponerla en ese lugar que merece para ser pronunciada con dignidad: el Corazón de un Humano Despierto.

*Estas preguntas fueron realizadas por uno de mis guías espirituales, y han sido motivo para la reflexión en varios temas.
**En el artículo Falsa Espiritualidad: ¿Evadimos nuestra realidad?, en la etiqueta “Psicología Trascendental” se habla de la Catarsis.


 Ver también la Canalización: La Oración y la sanación de palabra, en este blog.

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