Emma Watson en su discurso ante la ONU en representación de la campaña HeForShe
¿Somos iguales los hombres y las mujeres?
Como se explicó recientemente en el artículo sobre la Ley de Generación (Ver en “Género”), es
evidente que en nuestra sociedad predomina un grave desfase en la expresión de
las cualidades femeninas y masculinas, más allá de que esto se vea reflejado
concretamente en la injusta realidad que sufren muchas mujeres del mundo en la actualidad.
Si bien este estado de represión que han sufrido muchas mujeres desde varias
generaciones atrás, despierta en la mujer moderna un natural impulso de
alienación y de búsqueda de igualdad, esto no debe confundirse con el verdadero
equilibrio de género, como polaridades de la naturaleza, tal cual fue explicado
en el artículo en mención.
¿La razón? El feminismo como corriente que se ha desembocado
producto de estos desequilibrios psicosociales, busca un reconocimiento social
de la mujer pero deja a un lado la propia naturaleza esencial y sagrada de la
misma, como expresión viva de las cualidades de género femeninas. Si bien su
noble búsqueda ha llevado a que la mujer pueda tener un mayor acceso a los derechos
de los cuales gozan los hombres en algunos de los países del mundo, su
intensión oculta o tal vez la mala interpretación de su filosofía ha llevado a
que las mujeres estén actualmente desconectadas más aún de sus instintos e intuiciones
y se encuentren abocadas a satisfacer sus necesidades de reconocimiento y
protagonismo, como reacción compensatoria a una historia llena de abusos y
desvalorizaciones. Esto es simple y llanamente pasar de un rol a otro: de
aquellos roles de bajaestima y victimismo donde nos hemos encargado de
subestimar y desacralizar el poder de administrar El Hogar, pasamos al juego de
interpretar los papeles de “exitosas” y líderes (políticas, profesionales, comunicadoras) en
múltiples campos del arte y del saber. La mujer “moderna” cayó en la trampa de
cambiar a la gallina de oro por sus huevos con fecha de caducidad.
Lastimosamente el paradigma actual de los diversos roles
humanos, ha puesto por encima los superficial, lo competitivo, lo visible o
notorio, las “ramas del árbol”, cualidades propias de la energía masculina en
detrimento de lo profundo y espiritual, el servicio y cooperativismo, lo sutil
y oculto, las “raíces y semillas”, propias de la energía femenina con las
consecuencias que todos conocemos; pero lo grave es que la mayoría de las mujeres,
principales promotoras de estas últimas, se han enganchado en este falso discurso
desequilibrado, perdiéndose a sí mismas, desvinculándose de lo afectivo y lo
sensible por validar la razón que de manera innata poseen y no tienen porqué
conquistar…
Por nuestras naturalezas tanto psicológicas cómo físicas tan
distintas, al ser expresiones correspondientes de cualidades de género sutiles
y complementarias, tanto hombres como mujeres necesitamos, ser visiblemente
DIFERENTES para que en la sociedad pueda resurgir este equilibrio perdido. Una
igualdad espiritual que por naturaleza es preexistente y que se refleje en la
vida humana haciéndonos dignos Seres Humanos con derechos a la vida, a la
libertad y a las múltiples expresiones de ambos principios en el mundo, lo cual
no es incompatible con la expresión de la sagrada diferencia que nos caracteriza.
Hombres y mujeres sin ser iguales, sino complementarios,
merecemos las mismas oportunidades para expresar nuestras cualidades de género
sin la obligada exigencia de un sistema cerrado y desvirtuado donde lo femenino
pareciera estar excluido o prohibido. Es urgente que el concepto “igualdad de
género” cambie por “igualdad de derechos y oportunidades, en ambos sexos y en
todos los estamentos sociales, respetando la diversidad cultural, racial y las
diferencias en los roles de género entre hombres y mujeres”
El poder femenino (no solo de la mujer), para el observador
despierto, es innegable; tan es así que los grandes maestros espirituales y las
sociedades propias de los más grandes Imperios sabios de la antigüedad,
honraban su energía y procuraban manifestarla en la cotidianidad; no es
gratuito que en consecuencia la mujer de pasadas épocas era digna ciudadana del
mundo y se le haya venerado como “señora y dueña” de sus espacios, la viva
encarnación del Amor y la Vida, de la misma manera en que se veneraban a los
hombres valerosos y poderosos conquistadores, y defensores de la Verdad; aunque
esta parte de la historia haya quedado cercenada. ¿Tanto miedo genera la mujer
como expresión de este poder femenino, que las grandes religiones, la ciencia y
la política, aún la mantienen al margen de las directrices que sostienen la
vida en este mundo en crisis? Esa sería la única razón por la cual el cambio
social nunca podría ser el resultado de una simple búsqueda “igualitaria” de
derechos, sino del despertar colectivo en cuanto a la recuperación de este
poder en hombres y mujeres se refiere.
Sin embargo no deja de ser noble que el activismo femenino
esté presente en un mundo que nos exige a gritos el despertar de la humanidad.
Si el trato digno a la mujer como compañera y complemento del hombre en todas
las acciones sociales no se hace visible, permitiéndole acceder a las mismas oportunidades
de expresión y actividad política que el hombre ejerce, mucho menos podrá
permitírsele la sagrada tarea de nutrir, cuidar, educar, e impregnar de
espiritualidad a las generaciones y a todos los espacios donde la vida humana
pueda florecer. Por eso nos ha parecido interesante el discurso de esta joven
actriz Emma Watson, cuya participación en la campaña HeForShe (Ellos por
Ellas), demuestra un empeño noble de procurar estas mínimas condiciones
sociales que buscan recuperar la dignidad de la mujer.
Más allá del aparente trasfondo feminista, miremos más allá en
este video de su discurso ante la ONU, la necesidad imperiosa de mejorar las
condiciones sociales de las mujeres en el mundo para devolverles ese viejo
poder perdido que solo inspirado en El Amor y la Vida pueden sanar la
humanidad:
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